Doncos

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EL CASTILLO

El castillo de Doncos, sobre un cerro casi enteramente rodeado por el río Navia, circunstancia aprovechada como foso natural, se tiene por uno de los más antiguos solares de los Valcarce, señores en distintos lugares de León y Galicia. De García Rodríguez de Valcarce, adelantado mayor del reino de Galicia, desciende del conde Ayala, era señor de Doncos y Torés, que testa a favor de su hija, la condesa de Monterrey en 1456.

 

De lo que fue la fortaleza sólo resta, con graves mutilaciones en su almenado, la esbelta torre, construida a base de mampostería de pizarra, piedra caliza y algunas piezas de granito sólo en los tímpanos de tres pequeños ventanales o en algunas saeteras. De forma cuadrada, mide 8 m. de lado, unos 24 m. de alto y posee un espesor de los muros de 1,75 a 1,80 m. Consta de tres plantas y sótano excavado en la roca que sirve de asiento a la torre. La puerta de acceso, de 1,10 m. de ancho por 2,25 de alto, orientada al noroeste, se abre en arco semicircular y ha perdido lo que debió de ser un hermoso dintel de granito. Protegía y controlaba el paso por la vía llamada Counavia pero consta que en el año 1603, bajo pertenencia de Fernando de Toledo, ya se encontraba en situación de abandono.

 

Fue declarado Bien de Interés Cultural en 1994.
Actualmente, el Ayuntamiento de As Nogais ha iniciado un proceso para determinar quién es su verdadero propietario.
La fortaleza es conocida también por los nombre de San Agustín y A Grupa, nombre legado a raíz de la siguiente leyenda local:


 

Dice la tradición que invadido el país por los sarracenos, durante la Reconquista, uno de los trece caballeros leoneses obligados por juramento a tomar las armas en defensa de los cristianos que acudían en peregrinación a Santiago de Compostela, observó cómo una pareja de fieles -marido y mujer- que acudían al sepulcro del Apóstol fue atacada por los musulmanes, haciendo prisionera a la mujer, a quien intentó arrastrar muy lejos a la grupa de su caballo. Pero -prosigue la leyenda- al observar éste que el caballero cristiano reunía a los suyos para liberar a la cautiva, para que nadie más que él gozara de su hermosura, volviéndose sobre su caballo, segó con su alfanje la cabeza de la dama.

 

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