FLORA
La riqueza de la flora autóctona es tan amplia y variada que se necesitaría todo un tratado específico imposible de incluir en un espacio tan pequeño como este. Sin embargo, hay que hacer mención especial a determinados árboles y arbustos que conforman el paisaje, el clima y la belleza de estos montes. Durante siglos han provisto a sus habitantes de madera, leña, frutos, sombra y templanza cuando la climatología se endurece.
Cual guardianes poderosos, el castaño y el nogal dominan el territorio, pero abundan, además, robles, fresnos, olmos, arces, avellanos, acebos, encinas, sabugos, espinos, cipreses, laureles y una variada representación de frutales encabezada por manzanos y perales, pero también cerezos, guindos, ciruelos, melocotoneros y membrillos, con gran variedad de frutos silvestres muy sabrosos.
El matorral más significativo es el “toxo” (ulex europaeus), fundamental para mullir la cama del ganado y que, como si de un círculo vital se tratase, volvía a la tierra en forma de abono. Junto con el “toxo”, la “xesta” (Cytisus Scoparius), cumpliendo la misma misión y, además, para servir de techumbre o iniciar el fuego.
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